La lucha hispanoamericana y la independencia de Cuba

30.04.2023

A principios del siglo XIX, después de casi 300 años de dominio colonial español, se desataron guerras de independencia en México, América Central y Suramérica. Estas revoluciones llevaron a la formación de las actuales 18 naciones hispanohablantes de América Latina.

Diversos factores explican el desencadenamiento del movimiento independentista. El creciente descontento de los criollos, descendientes de españoles nacidos en América, quienes pese a su riqueza y cultura tenían vetado el acceso a los grandes cargos políticos en las colonias, reservados para los peninsulares. Las limitaciones al libre comercio y al desarrollo económico de las colonias impuestas por el régimen colonial. Estas limitaciones perjudicaban económicamente a la burguesía criolla. La influencia de las ideas ilustradas y ejemplo de la independencia de los Estados Unidos de América. La crisis política producida por la invasión napoleónica, que privó de legitimidad a las autoridades que representaban a la monarquía de José I en las colonias.

Del 1808 al 1814 los territorios americanos se declararon independientes de la España napoleónica, pero mantuvieron sus lazos con las autoridades de Cádiz, enviando representantes a las Cortes. Cuando Fernando VII fue repuesto en el trono, todas las colonias, excepto Argentina, volvieron a unirse a la Corona española. Del 1814 al 1824 la vuelta al absolutismo propició pronunciamientos militares que rápidamente derivaron hacia posturas independentistas entre los criollos. Esta deriva fue alentada por Inglaterra, que rápidamente se hizo con la influencia económica en la zona, y por Estados Unidos. Entre los caudillos independentistas sobresalen las figuras de San Martín y Bolívar. Las guerras de independencia siguieron una trayectoria compleja y culminaron con la derrota española en Ayacucho en 1824. Esta batalla puso fin a la dominación española en América. Sólo las islas antillanas de Cuba y Puerto Rico siguieron ligadas a la metrópoli.

España tenía un gobierno débil, liderado por Práxedes Mateo Sagasta, y sacudido por el malestar social, la corrupción polí­tica y económica y las sucesivas guerras de independencia que, desde 1865, se ve­nían librando en Cuba y Filipinas. Mante­ner las últimas colonias era vital para la estabilidad del país. Desde 1895, Cuba estaba de nuevo en guerra. Estados Unidos veía peligrar sus intereses en la isla, aunque financiaba a los insurrectos. En Washington se estimaba que España se hallaba muy debilitada para restablecer el orden en Cuba y que sólo podría lograrlo una potencia como Estados Unidos.

Una de las frases más recordadas de la Guerra de Cuba lleva la firma del entonces presidente del gobierno Cánovas del Castillo quien, ante el conflicto, señaló que España recurriría "hasta el último hombre y hasta la última peseta." Una constante que sería mantenida durante los casi tres años de contienda y que fue rápidamente contestada por los anarquistas catalanes indicando que "hasta el último hombre que no tenga los 300 duros para redimirse". Ambas son un claro ejemplo de cómo funcionaba el sistema que determinaba qué quintos eran enviados a Cuba y cuáles no, mostrando que la condición socioeconómica era fundamental.

El 25 de enero de 1898, el acorazado norteamericano Maine entró en la bahía de La Habana. El gobierno estadounidense afirmó que era una visita rutinaria, como era habitual hasta hacía pocos años. Pero desde 1895 se libraba en Cuba una sangrienta guerra entre las autoridades españolas y el movimiento independentista cubano, y a nadie se le escapaba que Estados Unidos estaba al borde de intervenir militarmente en favor de los insurgentes.

Tres semanas más tarde, el 15 de febrero, a las 21:40 horas, el Maine volaba por los aires. Una explosión sacó del agua la mitad del buque, y éste se hundió. Algunos testigos declararon haber oído dos explosiones, la primera de ellas "como un disparo" y una segunda tan violenta que provocó llamaradas, una lluvia de fragmentos metálicos y un humo espeso que se elevó sobre los restos del navío. El balance de bajas fue terrible: de un total de 354 hombres de dotación, hubo 266 fallecidos, además de una veintena de heridos.

No se dudó en culpar a los españoles de este hundimiento. El 16 de febrero el diario World insinuaba: "No está claro si la explosión se produjo dentro o debajo del Maine", al día siguiente otro periódico titulaba sin ambages: "Destrucción del Maine provocada por el enemigo". La opinión pública, inflamada, pedía una respuesta militar.


El capitán del Maine, Charles Sigsbee, se hallaba la noche del 15 de febrero de 1898 en los camarotes de popa del navío, lo bastante lejos del centro de la explosión como para salir ileso. Sigsbee negó siempre cualquier responsabilidad, aunque en su declaración ante el tribunal de la Armada mostró que había descuidado las medidas de seguridad.


No se sabe con exactitud qué sucedió. Unos aluden a un sobrecalentamiento del carbón que se habría transmitido, a causa de las deficientes medidas de seguridad, al depósito de pólvora. En los tres años previos al incidente del Maine, una docena de barcos estadounidenses experimentaron incendios asociados a la combustión espontánea del carbón. Una inadecuada ventilación podría provocar un fuego indetectable en las carboneras, y en pocas horas, una elevación de la temperatura en torno a los 350º podría haber sido suficiente para inflamar la pólvora.

Finalmente, los aspectos del conflicto, en particular los relativos a la participación del ejército español en el mismo, hemos constatado diversos elementos, el mal equipamiento de la tropa, la falta de comida, y ausencia de comunicaciones fiables, que acabarían explicando la derrota de la metrópoli y así poniendo fin a la guerra de Cuba con la pérdida de ese territorio para los españoles.

Candela Fernández Liñares 2-F


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